viernes, 6 de septiembre de 2013

LA HACIENDA


II

LAS    PEONADAS

(CONTINUACIÓN)





   Don Rubencito y Camilo concluían de alimentar con aceite al D-8 y Chapalolla con un balde con agua, lleno de agujeros, echaba apuradamente el líquido en el enorme radiador de la cartapila. Era mitad de tarde,  el sol quemaba aún, y en el bosque, a lo lejos, continuaba el canto de los pajarillos y unos audaces sobrevolaban el escenario de trabajo del hombre, causante de su mundo trastornado. Don Rubencito había hecho una pausa y Camilo completamente sudoroso se acordó de algo.
-Chapalolla,  traéme la limeta de  chicha pa’ convidarle a don Rubencito.
- Ya mestro,  ya mismo termino dechar agua.
Y don Rubencito y Camilo miraron hacia donde estaba Chapalolla….
- Pucha- dijo don Rubencito- ese balde reviejo mea por todos lados, en el próximo viaje te traigo uno nuevo, Chapalolla
- Gracias don Rubencito, siempre le digo y le redigo al mestro Camilo que ese  balde ya no sirve; pero no me hace caso, el mestro jefe Seminario es más juicioso, me hubiese  rechuchau si me viera con esta porquería.
- ¡Apura,  serrano chinchoso- exclamó Camilo- qué delicadita la bandida, ya Rubén te ha dicho que te va a traer un balde nuevo, pa’ qué tanta laraca!
   Chapalolla se puso colorado y avergonzado miraba. Don Rubencito viendo al muchacho ruborizado se acercó al tractorista y le dijo algo en el oído. Entonces Camilo se dirigió hacia el púber y  tomándolo  suavemente por los hombros le dijo:
- ¡Este cholo es lindo, es bien chamba mi serrano de coco y caña, no te achiques mochica que siendo mosca no te reconozca!
   Y al ver que los hombres alegres bromeaban, Chapalolla sonreía ahora contento, limpiando la limeta color madera que tenía por tapa una panga seca de choclo.
- Ah, qué rica –dijo don Rubencito- después de beberse  unos buenos tragos de la chicha de jora.
- Es de la catacada, a mí me da especial la chola –dijo Camilo sonriendo maliciosamente- Toma bien Rubencito pa’ que tengas fuerza pa’ tesar a la Guillermina.
   Don Rubencito empezó a sonreir y mover maquinalmente la cabeza mientras tomaba más largos tragos. Luego le pasó la limeta a Camilo.
-Rubencito –dijo Camilo recibiendo la limeta y poniéndose serio-  ¿Qué pasó después del pago a los estables, cómo reaccionó la gente, qué hicieron? Dime.
- Ah, esa vez -dijo don Rubencito recostando su enorme mano derecha en el techo de la máquina-  me hicieron quedar hasta el sábado,  lo normal era que viaje con la plata de la quincena desde el viernes para que el sábado por la tarde le paguen a la gente; pero por disposición del pelau Domínquez tuve que hacerlo de esa manera. Cuando llegué el domingo a las tres de la madrugada, los tractoristas, los jornaleros, los cuadrilleros, los piareros,  armaron un alboroto de los mil diablos. Allí estaban a la cabeza los hombres bravos que mueven a la gente.  Estaba jefe Seminario encabezando a los tractoristas; estaban los líderes de los peones, Indalecio, Juvencio, Belisario y Campoverde con sus caras de acero; estaban los bravos piareros Samuel, González y Mogolloni; estaban los gigantescos cuadrilleros del molino con sus valientes, el Toro y Wilmer; estaban los encargados de las invernas con el duro pata’marrada y los valientes jóvenes de Chirinos, Surpampa, Cachaco, Cachaquito; estaban, también,  todos los oficinistas en sus puestos por orden del ingeniero Núñez que se encontraba presente; estaba la mula Morey, rodeado de sus mayorales y capataces. El ingeniero Núñez había informado del aumento, pero no sabía ahora cuánto era. Cuando bajé estalló el griterío de la gente y rodearon el lan rober como avispas en panal. Los vi alegres y ellos me miraron que yo estaba triste, mi cara les dijo mucho. Jefe Seminario se me acercó, él estaba sereno estudiando la situación y la tardanza del pago le olía mal.
- Rubencito –me dijo- ¿Qué novedades?
- Muchas-  le dije calladito- el aumento es muy poco y para las contratas ni un centavo. Cuídate.
- Muchas gracias Rubencito- me respondió- cuidado que hay soplones.
   Me dio la mano despidiéndose prudentemente. En eso venía el ingeniero Núñez y los empleados de la oficina muy preocupados, pues iban a tener un trabajo enorme con el nuevo aumento, que ni el ingeniero lo sabía. Lo traía yo en un sobre bien cerrado con goma y se lo entregué al ingeniero. Los empleados empezaron a cargar los costalillos de la plata hacia la oficina, yo entré con ellos para rendirles cuenta del dinero que traía.
     El ingeniero estaba en la oficina leyendo la carta enviada por el patrón, su rostro agraciado y blanco, preocupado; sus cabellos castaños caían ondulados por su frente; en sus grandes ojos marrones se notaba la tristeza; de su nariz recta y perfilada salía una respiración entrecortada y de sus labios carnosos  adornados por su fino bigote castaño, salía su aliento desfallecido. Cuando terminó de leer se quedó con el papel en la mano suspendido en el aire como implorando, todos los oficinistas estaban atentos para recibir la orden del porcentaje del aumento.
     El ingeniero Núñez –continuó Rubencito- se paró con gesto sereno y enérgico como retomando el control y se dirigió a los hombres de la oficina:
     “Señores tenemos serios problemas, el aumento del diez por ciento que habíamos acordado con los trabajadores y que había aceptado don Felipe no se va a dar. En esta carta firmada por don Felipe se nos indica solamente un aumento del tres por ciento para los trabajadores estables y para los contratados ni un centavo"
     Los oficinistas se quedaron pensando preocupados y fue cuando el ingeniero Núñez  preguntó:
     -Salazar ¿desde cuando no se les aumenta a los trabajadores?
     -Desde hace tres años los salarios están congelados, ingeniero- respondió.
     -¿Podrías calcular Morán la inflación acumulada de estos tres últimos años? –pidió el ingeniero.
- Ya la habíamos calculado con Salazar, ingeniero, con los datos de la inflación anualizada que da todos los años el Ministerio de Trabajo en Lima y que se basan  en las cifras dadas por la Dirección Nacional de Estadística del Ministerio de Hacienda, publicadas en el Diario Oficial "El Peruano". Para estos tres últimos  años hemos calculado que la inflación acumulada es del 33, 6%.  Con este aumento del  3 %, los trabajadores perderán el 30, 6 %.
-Y hay que considerar ingeniero –dijo Salazar –que la base salarial que tienen los trabajadores es mucho menor que el Salario Mínimo Vital.
     -Lo que ganan los trabajadores  –dijo Washintón- no les alcanza ni para pagarles a las tiendas, ya que la mayoría de los trabajadores están muy endeudados, sus sobres les salen vacíos, porque esa deuda se la descontamos por planilla y el dinero se lo entregamos a las tiendas, como usted sabe ingeniero. Este aumento no les va a servir de nada, se seguirán endeudando.
     -Las tiendas están limitando los pedidos de los trabajadores –dijo Salazar –tenemos muchas quejas de que la tienda de Ruesta no quiere dar a los trabajadores alimentos de primera necesidad, limita la leche, los fideos, el mismo arroz, el aceite, el kerosene…Así como van las cosas, ingeniero, los trabajadores no van a tener ni para una comida al día.
     -Estamos en un problema serio –dijo pensativo el ingeniero acercándose a la ventana para observar a los trabajadores por los cristales, era de madrugada y los potentes fluorescentes alumbraban todo el recinto –para su información –prosiguió –nos mandan una directiva de alertar a la policía y al ejército, por sí los trabajadores hagan protestas o declaren una huelga.
     -Es un plan bien calculado, ingeniero –dijo Salazar –mísero aumento para los trabajadores estables, nada para las contratas. Esto para dividirlos y si protestan la represión. Está aquí la mano negra del señor Julio Domínquez, que solamente ve los números fríos de la ganancia; pero no ve el lado humano del trabajador, del que hace la producción, como sí lo ve usted ingeniero.
     -Pero ya ves cómo me han desautorizado –dijo amargamente el ingeniero observando tras los cristales a los trabajadores en columna de a uno, inquietos en la cola para cobrar
     -Ahora los trabajadores se irán contra usted ingeniero –dijo alarmado Washintón.
     -Eso me preocupa, -dijo el ingeniero –dirán que no tengo palabra; pero los dirigentes saben bien, que puse todo de mi parte para convencer a don Felipe del aumento del 10%, no era suficiente, pero al menos no era miserable. De todas maneras estoy expuesto a la cólera de los trabajadores. Los dirigentes en cuanto vean el mísero aumento vendrán contra mí, ya veo venir furioso a Seminario y su gente a reclamarme.
     -¿Qué hará ingeniero? –preguntó  Salazar.
     -¡Decir la verdad! –dijo el ingeniero con gesto serio -¡Que es orden superior de la dirección de Piura. Y que esta decisión es contraria al acuerdo que habíamos fijado y que yo mismo estoy desconcertado!
     -¿Entonces ingeniero vamos a pagar con ese aumento del 3%? - preguntó Salazar.
     -¡Sí! –dijo rotundamente el ingeniero –no tengo margen de maniobra, son órdenes del dueño ¿Qué más podemos hacer Salazar? –interrogó.
     -Tal vez llamar a Piura para que reconsideren el aumento –respondió.
     -No, lo verán mal. Lo verán como que estamos a favor de los trabajadores y se entiende que nosotros estamos para defender los intereses de la Hacienda, los intereses del dueño.
     -Pero se está llegando a un extremo peligroso en que los trabajadores ya no van a poder más y se van a rebelar ingeniero –dijo Salazar –eso debe hacérselo ver al dueño y a ese señor Julio Domínquez, que dicta órdenes desde su despacho de Piura, bien cómodo, y sin tener ningún peligro como lo tenemos nosotros.
     -Es verdad –dijo washintón –nosotros aquí en la Hacienda estamos en peligro, ya no vamos a poder salir de noche porque nos pueden linchar o tirarnos una pedrada en la oscuridad o hacer cualquier daño a nuestras familias, a nuestras casas.
     -Comprendo, comprendo –dijo el ingeniero apaciguando el ánimo de su gente –otro día veremos más calmadamente este asunto. Ahora señores manos a la obra, la gente afuera está impaciente, hay que pagarles con ese aumento del 3%, yo mismo les voy a ayudar a sacar los porcentajes. Hay que poner los montos en los sobres a manuscrito con la máquina de escribir demoramos más.
    Entonces se dirigió a mí y me dijo:
     -Rubén que no tienes sueño, hombre, debes de estar molido del viaje.
     -La verdad ingeniero es que se me ha ido el sueño –le respodí.
     -En buena hora,  ayúdanos separando los billetes y contando el sencillo, hazlo con calma.
     Cuando le pagaron a los primeros peones, luego me contó jefe Seminario, todos los trabajadores estaban a la expectativa y vieron que casi no había ningún aumento, ese 3% era tan diminuto que no se notaba, era tan sólo una bicoca, un mendrugo; pero para desgracia hubieron unos peones que se alegraron de esas migajas y dijeron “pior es nada”. La gran mayoría de la masa trabajadora se indignó y mandaban a la mierda a don Felipe y a toda su descendencia; otros lo mandaban al último culo del infierno; otros sacaban sus pocos soles y hacían añicos el sobre; y muchos, como siempre, sacaban dibujada una culebra o una boa, que indicaba deudas a las tiendas, y que Nole, el joven empleado, seguía pendejeando a los peones con esos jueguitos. Pero esta vez lo resondraron, no estaban para juegos “que se vaya a la mierda, también, esa cagarruta” –dijo un peón sumamente enojado. Y otro estaba tan molesto que levantando la voz con su sobre vacío gritó “que el patrón se meta al ojo del culo esos centavos de aumento haber si caga arroz y plátano” y otro le contestó “sería mejor que cagara espinas y abrojos”.
     Me contó jefe Seminario –continuó Rubencito –que cuando se dio cuenta que el mísero aumento era un tercio de lo acordado de inmediato se reunió con Indalecio, Juvencio, Belisario y Campoverde y decidieron reunirse de urgencia con el ingeniero Núñez.
     Estábamos en plena faena del pago en la oficina cuando llegaron los dirigentes con caras de pocos amigos. El ingeniero Núñez sabía que vendrían y parece que los estaba esperando. Los recibió caballerosamente. Jefe Seminario tomó la palabra:
     -¡Qué significa este ridículo aumento salarial, ingeniero, es un tercio de lo acordado con usted y con don Felipe!
     -Yo también estoy desconcertado Seminario –Dijo el ingeniero con voz calma –pero son órdenes de Piura, me lo están indicando en esta carta firmada por don Felipe, que la acaba de traer Rubén con el dinero de la planilla, aquí me indican el aumento del 3% para los estables…
     -¿Y para las contratas? –interrogó con voz fuerte Indalecio
     -Para las contratas han decidido que no haya ningún aumento –respondió serio el ingeniero.
     -¡Qué! –exclamó jefe Seminario –ni el 3% para las contratas.
     -¡Nada! –reafirmó el ingeniero.
     -¡Cómo es posible que hagan esta canallada con los trabajadores de la Hacienda y con las contratas, que se revientan trabajando, a ellos con sadismo más duro les dan en el suelo. ¡No lo aceptamos, ingeniero!- levantó la voz con furia jefe Seminario.
-Ingeniero –habló pausadamente el educado Belisario, contrastando con el vozarrón de jefe Seminario, extendiendo sus brazos y entornando sus grandes ojos grisis – se tiene que reconsiderar este aumento mísero para los estables y medida abusiva para los compañeros contratados al no considerarse ni un centavo de aumento. Los dirigentes rechazamos enérgicamente esta medida de Piura y planteamos que se nos considere el aumento del 10% acordado por los trabajadores y aceptado por el dueño de la Hacienda. ¿Qué ha pasado en Piura para que se castigue tan duro a los trabajadores? Llevamos tres años con los salarios congelados, perdiendo más del 40% de nuestro poder adquisitivo, y esta pérdida es mayor si consideramos que los dueños de las tiendas, suben cada vez más los precios de los artículos de primera necesidad, ya que aquí nadie los controla. Con este mísero aumento no vamos a poder subsistir, no vamos a poder vivir, y tenga en cuenta ingeniero, que el trabajo que realizamos es muy duro. Los trabajadores se vienen enfermando cada vez más, lo mismo        sus hijos y así como vamos, sino se soluciona el problema, no soportaremos más,  entonces pueden suceder cosas muy graves. Por eso ingeniero ahora cuando amanezca debe de llamar por radio urgentemente al dueño y decirle que los trabajadores no hemos aceptado el mísero aumento y hacer que rectifique la medida.
     -Ingeniero –tomó la palabra el peón  Campoverde en voz alta –debe hacer saber a Piura, nuestra enérgica protesta, que los trabajadores no aceptamos esas chamisas que nos dan como aumento, que no mejora en nada nuestra mísera situación. Ya con este salario no podemos seguir viviendo. Yo tengo dos hijos y con mucho sacrificio los tengo estudiando en la escuelita de Surpampa. La semana pasada uno de ellos se me ha desmayao en clase, el pobre sólo había tomado una tacita de yerbaluisa con un pan. Esta es la realidad de nuestro salario de hambre. Así ¿Qué futuro les espera a nuestros hijos? Y nosotros dando la vida para que engorde la Hacienda. Nosotros no pedimos limosna, pedimos un salario justo para el peón, para la contrata, por nuestro trabajo digo.
     -¡Ingeniero! –exclamó el bravo y fornido Indalecio –esa es la realidad de nosotros los parias de esta Hacienda, usted la conoce bien porque vive aquí en la Tina, es verdad, que usted vive apartado de nosotros en su buena casa y con todas las comodidades, yo no digo que no se lo merezca, pa' eso ha estudiado y es ingeniero; pero usted no haría nada sin nosotros los trabajadores, con toda su ciencia no haría nada usted solito, los que siembran y hacemos parir la tierra somos nosotros, incluidos las contratas, que no se les ha concedido ni un centavo de aumento. Por eso usted ingeniero debe también luchar y sacar la cara por su gente que trabaja, debe rebelarse contra el dueño y los que lo aconsejan para que nos den lo acordado, debe hablar con autoridaá,  porque ahora mismo está quedando mal con nosotros, porque no han respetado lo que acordamos con usted y con el dueño de la Hacienda. Pero ya basta de injusticia porque si no cumplen lo acordado estamos dispuestos hacer una huelga general con todos los trabajadores, así hágaselo saber a los señoritos de Piura.
-¡Si ingeniero, haremos la huelga sino cumplen lo acordado! –dijo con voz potente jefe Seminario –ya ha escuchado a los compañeros, ya no nos queda otra alternativa, nos quieren engañar con aumentos miserables, nos quieren dar un caramelo como si fuéramos niños, y esta es una burla a la clase trabajadora y es más grave  cuando ha sido un acuerdo aceptado por la máxima autoridad que es don Felipe. ¿Qué otro poder oscuro más allá del dueño se ha opuesto? ¿El señor Julio Domínquez, el administrador de Piura? Ese señor que jamás sabrá como se siembra la tierra ni comprenderá las necesidades vitales de los peones y de las contratas, ese señor que viviendo diez veces mejor que el ingeniero Núñez, sólo sabe calcular con su maquinita la ganancia, el beneficio para la Hacienda y para sus bolsillos, y nos impone a los que producimos salarios de muerte, ese señor no tiene conciencia y tiene callos en vez de alma y por eso nos está sentenciando a una muerte segura, y nosotros ingeniero no nos vamos a quedar con los brazos cruzados. No, mil veces no, haremos la huelga, preferimos morir en la cárcel, que morir de rodillas muertos de hambre. Por eso sea claro ingeniero ¿Qué va hacer?
     Jefe Seminario –continuó Rubencito – estaba indignado y sus ojos claros y penetrantes le relampagueaban; su melena aleonada estaba desparpajada; su amplia frente colorada, sudorosa; por su larga nariz se precipitaba su respiración agitada. Su recia figura y sus enormes brazos en permanente movimiento expresivo dibujaban con sus manos en el aire toda clase de figuras geométricas. Los compañeros estaban vivamente molestos. El ingeniero Núñez había escuchado sin cortar a nadie y asentando con la cabeza los razonamientos de los dirigentes. No se inmutó ni siquiera cuando Indalecio le mencionó “que vivía apartado de los trabajadores en su noble casa con todas las comodidades”, solamente se puso serio. Dejó, realmente, que se desahogaran los bravos dirigentes de las peonadas, luego hubo un silencio. Todos los dirigentes miraban al ingeniero para que dé la respuesta.
     -Estimados señores –empezó con voz suave el ingeniero, mirando a cada uno de los dirigentes –Siento mucho esta situación que no está al alcance de mi voluntad. Ustedes son testigos que yo estaba por el aumento del 10% para todos los trabajadores de la Hacienda, incluidos los trabajadores contratados. También, en principio, don Felipe lo aceptó. Pero inexplicablemente ese acuerdo ha sido anulado por el mismo don Felipe y quizá por consejo del administrador Julio Domínquez. Esta es la triste realidad. Ante esto les soy sincero yo no tengo autoridad, les digo con toda claridad para que no hallan malas interpretaciones, yo no puedo revocar esta nueva medida que me manda el dueño por escrito. Lo que yo sí puedo hacer, Seminario y demás dirigentes, es llamar al señor Felipe el día lunes temprano, hoy domingo no puedo conforme me lo piden porque sencillamente está cerrada la oficina para llamar por radio. El lunes le haré ver a don Felipe lo que me han manifestado, incluso le diré que están dispuestos a paralizar las labores si no se les da el aumento acordado. A esto si me comprometo, la decisión que tomen ya depende de los señores que dirigen la Hacienda desde Piura. Como verán me voy a comprometer una vez más con ustedes y lo hago a sabiendas de que el administrador Julio Domínquez me ponga en entredicho con don Felipe, al decirle, quizá, que yo estoy sacando la cara por los peones. Lo que voy hacer es algo justo y si hay represalias yo sabré a qué atenerme. Así que ya saben lo que voy hacer el lunes.
     Hubo un silencio –continuó Rubencito –roto por jefe Seminario que ya un poco calmado agradeció al ingeniero ese compromiso, y luego le extendió la mano e hizo un ademán para que el resto de dirigentes le estrechen la mano al ingeniero. Luego los vi salir apresurados a conversar con los trabajadores que estaban cobrando.
     Al siguiente día me contó jefe Seminario lo acontecido esa madrugada, después de salir de esa reunión informal con el ingeniero. Me dijo:
     -Salimos corriendo para conversar con los trabajadores que estaban cobrando, entonces hice uso de la palabra brevemente para informar sobre el aumento, sobre la conversación con el ingeniero y sobre nuestro planteamiento de huelga. La gente me escuchó atentamente.  Luego que terminé nos rodearon muchos trabajadores, estaban muy indignados por el ínfimo aumento; pero cuando les planteamos más de cerca la huelga para hacer retroceder a la patronal, y que esta huelga, también sería por la defensa de nuestros compañeros contratados; la mayoría lamentaba la situación de esos negros morropanos y esos cholos  catacaos, que vivían como animales en los Canchones;  pero no se mostraban decididos a protestar haciendo una huelga,  paralizando las labores por nosotros mismos y por las contratas.
     Secamos nuestras gargantas –me dijo muy triste jefe Seminario –para convencer a nuestra gente que había llegado la hora de pelear, pero  solamente una minoría estaba de acuerdo, el resto comenzó a irse a sus chozas a esas horas de la madrugada.
     Hubieron también pirañas rastreras –me dijo jefe Seminario con los ojos indignados –unos mal nacidos, que desanimaban a la gente, que lejos de apoyar a las contratas dijeron: “que mierda vamos apoyar a esos negros pajeros y a esos cholos chicheros, que se manden a mudar pa' sus tierras”.
     Le iba a dar un merecido a ese canalla, pero se me corrió el cobarde. Me contó el jefe que se había desesperado y que Juvencio y Campoverde lo habían apaciguado.
     Cuando rayó el día todavía seguían pagando a los últimos, yo salí de la oficina con permiso del ingeniero, y allí estaban firmes los bravos luchadores que querían la pelea con otra gente de la masa brava;  aunque yo sabía que su alma y su corazón sangraban. ¿Con qué cara se iban a presentar en los Canchones, donde moraban las aguerridas contratas? ¿Qué les iban a decir si habían coordinado hacer una sola pelea?
     “Los hombres pobres son uno sólo, por eso unen su corazón y sus manos en la pelea”
   Le había dicho una noche en una reunión clandestina, allí en los Canchones,  Pá Isaac, el viejo negro y sabio.
   “El hombre debe pelear por su vida, si hasta el perro callejero se defiende con toda su energía y lucha por un bocado, y el hombre que trabaja como bestia, que produce ¿Porqué no ha de luchar por su vida? ¿Qué pecado puede haber, santo Dios,  cuando el hombre se rebela por sobrevivir? “
   Estas palabras del sabio negro le sonaban en sus oídos de aquella reunión tan sentida. Y siguió recordando:
    “El agua de los mares se eleva al cielo y cae purificada en las montañas para luego reunirse en los manantiales y las quebradas y formar los ríos y en esa unión hacen florecer la vida, así los pobres como las aguas cristalinas debemos unirnos para dar sentido a nuestras vidas…”
     Sí que sufrían en el alma jefe Seminario y esos bravos luchadores –dijo Rubencito con una tristeza infinita –yo también sufría por nosotros los trabajadores que nos llamamos “estables” y por las “contratas”,  que se revientan como topos labrando la tierra.
     -Dime Rubencito –dijo Camilo -¿Qué pasó después? ¿Qué hicieron los cholos y los negros al verse traicionados por los peones? ¿Qué hicieron sus dirigentes? ¿Qué dijeron esos viejos consejeros?
     -Ya es tarde Camilo –dijo don Rubencito mirando por los cerros el sol –tengo que recoger al ingeniero Núñez, pero quién te contará mejor serán los bravos Indalecio y Juvencio, que la próxima semana vienen a trabajar a estas nuevas tierras.
     -¿Qué a Indalecio y a Juvencio los mandan pa’cá? –dijo Camilo abriendo más sus enormes ojos negros.
 - Sí a ellos los andan de aquí para allá por orden de Piura –respondió Rubencito –desterrándolos a los lugares más apartados, pero ellos se las ingenian  para conversar con la gente, ahora están preparando algo serio
     -¡Sí! –asentó Camilo –Sé algo, jefe Seminario me ha mandado a decir “Hay que trabajar duro con la gente pa’que esta vez el patrón no pueda dividirnos”.
     -¡Sí! –dijo don Rubencito –esta vez hay que seguir los consejos del negro sabio “De unirnos como las cristalinas aguas de los manantiales y de los ríos y darle sentido a nuestras vidas…”
    
    
 



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