II
LAS PEONADAS
(CONTINUACIÓN)
Don Rubencito y Camilo concluían de
alimentar con aceite al D-8 y Chapalolla con un balde con agua, lleno de
agujeros, echaba apuradamente el líquido en el enorme radiador de la cartapila.
Era mitad de tarde, el sol quemaba aún,
y en el bosque, a lo lejos, continuaba el canto de los pajarillos y unos
audaces sobrevolaban el escenario de trabajo del hombre, causante de su mundo
trastornado. Don Rubencito había hecho una pausa y Camilo completamente sudoroso
se acordó de algo.
-Chapalolla, traéme la limeta de chicha pa’ convidarle a don Rubencito.
- Ya
mestro, ya mismo termino dechar agua.
Y don
Rubencito y Camilo miraron hacia donde estaba Chapalolla….
-
Pucha- dijo don Rubencito- ese balde reviejo mea por todos lados, en el próximo
viaje te traigo uno nuevo, Chapalolla
-
Gracias don Rubencito, siempre le digo y le redigo al mestro Camilo que
ese balde ya no sirve; pero no me hace
caso, el mestro jefe Seminario es más juicioso, me hubiese rechuchau si me viera con esta porquería.
-
¡Apura, serrano chinchoso- exclamó Camilo-
qué delicadita la bandida, ya Rubén te ha dicho que te va a traer un balde
nuevo, pa’ qué tanta laraca!
Chapalolla se puso colorado y avergonzado
miraba. Don Rubencito viendo al muchacho ruborizado se acercó al tractorista y
le dijo algo en el oído. Entonces Camilo se dirigió hacia el púber y tomándolo
suavemente por los hombros le dijo:
- ¡Este
cholo es lindo, es bien chamba mi serrano de coco y caña, no te achiques
mochica que siendo mosca no te reconozca!
Y al ver que los hombres alegres bromeaban,
Chapalolla sonreía ahora contento, limpiando la limeta color madera que tenía
por tapa una panga seca de choclo.
- Ah,
qué rica –dijo don Rubencito- después de beberse unos buenos tragos de la chicha de jora.
- Es
de la catacada, a mí me da especial la chola –dijo Camilo sonriendo maliciosamente-
Toma bien Rubencito pa’ que tengas fuerza pa’ tesar a la Guillermina.
Don Rubencito empezó a sonreir y mover
maquinalmente la cabeza mientras tomaba más largos tragos. Luego le pasó la
limeta a Camilo.
-Rubencito
–dijo Camilo recibiendo la limeta y poniéndose serio- ¿Qué pasó después del pago a los estables,
cómo reaccionó la gente, qué hicieron? Dime.
- Ah,
esa vez -dijo don Rubencito recostando su enorme mano derecha en el techo de la
máquina- me hicieron quedar hasta el
sábado, lo normal era que viaje con la
plata de la quincena desde el viernes para que el sábado por la tarde le paguen
a la gente; pero por disposición del pelau Domínquez tuve que hacerlo de esa
manera. Cuando llegué el domingo a las tres de la madrugada, los tractoristas,
los jornaleros, los cuadrilleros, los piareros,
armaron un alboroto de los mil diablos. Allí estaban a la cabeza los
hombres bravos que mueven a la gente. Estaba
jefe Seminario encabezando a los tractoristas; estaban los líderes de los
peones, Indalecio, Juvencio, Belisario y Campoverde con sus caras de acero;
estaban los bravos piareros Samuel, González y Mogolloni; estaban los gigantescos
cuadrilleros del molino con sus valientes, el Toro y Wilmer; estaban los
encargados de las invernas con el duro pata’marrada y los valientes jóvenes de
Chirinos, Surpampa, Cachaco, Cachaquito; estaban, también, todos los oficinistas en sus puestos por orden
del ingeniero Núñez que se encontraba presente; estaba la mula Morey, rodeado
de sus mayorales y capataces. El ingeniero Núñez había informado del aumento,
pero no sabía ahora cuánto era. Cuando bajé estalló el griterío de la gente y
rodearon el lan rober como avispas en panal. Los vi alegres y ellos me miraron
que yo estaba triste, mi cara les dijo mucho. Jefe Seminario se me acercó, él
estaba sereno estudiando la situación y la tardanza del pago le olía mal.
-
Rubencito –me dijo- ¿Qué novedades?
- Muchas- le dije calladito- el aumento es muy poco y para
las contratas ni un centavo. Cuídate.
- Muchas gracias
Rubencito- me respondió- cuidado que hay soplones.
Me dio la mano despidiéndose prudentemente.
En eso venía el ingeniero Núñez y los empleados de la oficina muy preocupados,
pues iban a tener un trabajo enorme con el nuevo aumento, que ni el ingeniero
lo sabía. Lo traía yo en un sobre bien cerrado con goma y se lo entregué al
ingeniero. Los empleados empezaron a cargar los costalillos de la plata hacia
la oficina, yo entré con ellos para rendirles cuenta del dinero que traía.
El ingeniero estaba en la oficina leyendo
la carta enviada por el patrón, su rostro agraciado y blanco, preocupado; sus
cabellos castaños caían ondulados por su frente; en sus grandes ojos marrones
se notaba la tristeza; de su nariz recta y perfilada salía una respiración
entrecortada y de sus labios carnosos adornados por su fino bigote castaño, salía su
aliento desfallecido. Cuando terminó de leer se quedó con el papel en la mano
suspendido en el aire como implorando, todos los oficinistas estaban atentos
para recibir la orden del porcentaje del aumento.
El ingeniero Núñez –continuó Rubencito- se
paró con gesto sereno y enérgico como retomando el control y se dirigió a los
hombres de la oficina:
“Señores tenemos serios problemas, el
aumento del diez por ciento que habíamos acordado con los trabajadores y que
había aceptado don Felipe no se va a dar. En esta carta firmada por don Felipe
se nos indica solamente un aumento del tres por ciento para los trabajadores
estables y para los contratados ni un centavo"
Los oficinistas se quedaron pensando
preocupados y fue cuando el ingeniero Núñez
preguntó:
-Salazar ¿desde cuando no se les aumenta a
los trabajadores?
-Desde hace tres años los salarios están
congelados, ingeniero- respondió.
-¿Podrías calcular Morán la inflación
acumulada de estos tres últimos años? –pidió el ingeniero.
- Ya la habíamos
calculado con Salazar, ingeniero, con los datos de la inflación anualizada que
da todos los años el Ministerio de Trabajo en Lima y que se basan en las cifras dadas por la Dirección Nacional
de Estadística del Ministerio de Hacienda, publicadas en el Diario Oficial
"El Peruano". Para estos tres últimos
años hemos calculado que la inflación acumulada es del 33, 6%. Con este aumento del 3 %, los trabajadores perderán el 30, 6 %.
-Y hay que
considerar ingeniero –dijo Salazar –que la base salarial que tienen los trabajadores
es mucho menor que el Salario Mínimo Vital.
-Lo que ganan los trabajadores –dijo Washintón- no les alcanza ni para
pagarles a las tiendas, ya que la mayoría de los trabajadores están muy
endeudados, sus sobres les salen vacíos, porque esa deuda se la descontamos por
planilla y el dinero se lo entregamos a las tiendas, como usted sabe ingeniero.
Este aumento no les va a servir de nada, se seguirán endeudando.
-Las tiendas están limitando los pedidos
de los trabajadores –dijo Salazar –tenemos muchas quejas de que la tienda de
Ruesta no quiere dar a los trabajadores alimentos de primera necesidad, limita
la leche, los fideos, el mismo arroz, el aceite, el kerosene…Así como van las
cosas, ingeniero, los trabajadores no van a tener ni para una comida al día.
-Estamos en un problema serio –dijo
pensativo el ingeniero acercándose a la ventana para observar a los
trabajadores por los cristales, era de madrugada y los potentes fluorescentes
alumbraban todo el recinto –para su información –prosiguió –nos mandan una
directiva de alertar a la policía y al ejército, por sí los trabajadores hagan
protestas o declaren una huelga.
-Es un plan bien calculado, ingeniero
–dijo Salazar –mísero aumento para los trabajadores estables, nada para las
contratas. Esto para dividirlos y si protestan la represión. Está aquí la mano
negra del señor Julio Domínquez, que solamente ve los números fríos de la
ganancia; pero no ve el lado humano del trabajador, del que hace la producción,
como sí lo ve usted ingeniero.
-Pero ya ves cómo me han desautorizado
–dijo amargamente el ingeniero observando tras los cristales a los trabajadores
en columna de a uno, inquietos en la cola para cobrar
-Ahora los trabajadores se irán contra usted
ingeniero –dijo alarmado Washintón.
-Eso me preocupa, -dijo el ingeniero
–dirán que no tengo palabra; pero los dirigentes saben bien, que puse todo de
mi parte para convencer a don Felipe del aumento del 10%, no era suficiente,
pero al menos no era miserable. De todas maneras estoy expuesto a la cólera de
los trabajadores. Los dirigentes en cuanto vean el mísero aumento vendrán
contra mí, ya veo venir furioso a Seminario y su gente a reclamarme.
-¿Qué hará ingeniero? –preguntó Salazar.
-¡Decir la verdad! –dijo el ingeniero con
gesto serio -¡Que es orden superior de la dirección de Piura. Y que esta
decisión es contraria al acuerdo que habíamos fijado y que yo mismo estoy
desconcertado!
-¿Entonces ingeniero vamos a pagar con ese
aumento del 3%? - preguntó Salazar.
-¡Sí! –dijo rotundamente el ingeniero –no
tengo margen de maniobra, son órdenes del dueño ¿Qué más podemos hacer Salazar?
–interrogó.
-Tal vez llamar a Piura para que reconsideren
el aumento –respondió.
-No, lo verán mal. Lo verán como que
estamos a favor de los trabajadores y se entiende que nosotros estamos para
defender los intereses de la Hacienda, los intereses del dueño.
-Pero se está llegando a un extremo
peligroso en que los trabajadores ya no van a poder más y se van a rebelar
ingeniero –dijo Salazar –eso debe hacérselo ver al dueño y a ese señor Julio
Domínquez, que dicta órdenes desde su despacho de Piura, bien cómodo, y sin
tener ningún peligro como lo tenemos nosotros.
-Es verdad –dijo washintón –nosotros aquí
en la Hacienda estamos en peligro, ya no vamos a poder salir de noche porque
nos pueden linchar o tirarnos una pedrada en la oscuridad o hacer cualquier
daño a nuestras familias, a nuestras casas.
-Comprendo, comprendo –dijo el ingeniero
apaciguando el ánimo de su gente –otro día veremos más calmadamente este
asunto. Ahora señores manos a la obra, la gente afuera está impaciente, hay que
pagarles con ese aumento del 3%, yo mismo les voy a ayudar a sacar los
porcentajes. Hay que poner los montos en los sobres a manuscrito con la máquina
de escribir demoramos más.
Entonces se dirigió a mí y me dijo:
-Rubén que no tienes sueño, hombre, debes
de estar molido del viaje.
-La verdad ingeniero es que se me ha ido
el sueño –le respodí.
-En buena hora, ayúdanos separando los billetes y contando el
sencillo, hazlo con calma.
Cuando le pagaron a los primeros peones,
luego me contó jefe Seminario, todos los trabajadores estaban a la expectativa
y vieron que casi no había ningún aumento, ese 3% era tan diminuto que no se
notaba, era tan sólo una bicoca, un mendrugo; pero para desgracia hubieron unos
peones que se alegraron de esas migajas y dijeron “pior es nada”. La gran
mayoría de la masa trabajadora se indignó y mandaban a la mierda a don Felipe y
a toda su descendencia; otros lo mandaban al último culo del infierno; otros
sacaban sus pocos soles y hacían añicos el sobre; y muchos, como siempre,
sacaban dibujada una culebra o una boa, que indicaba deudas a las tiendas, y
que Nole, el joven empleado, seguía pendejeando a los peones con esos jueguitos.
Pero esta vez lo resondraron, no estaban para juegos “que se vaya a la mierda,
también, esa cagarruta” –dijo un peón sumamente enojado. Y otro estaba tan
molesto que levantando la voz con su sobre vacío gritó “que el patrón se meta al
ojo del culo esos centavos de aumento haber si caga arroz y plátano” y otro le
contestó “sería mejor que cagara espinas y abrojos”.
Me contó jefe Seminario –continuó
Rubencito –que cuando se dio cuenta que el mísero aumento era un tercio de lo
acordado de inmediato se reunió con Indalecio, Juvencio, Belisario y Campoverde
y decidieron reunirse de urgencia con el ingeniero Núñez.
Estábamos en plena faena del pago en la
oficina cuando llegaron los dirigentes con caras de pocos amigos. El ingeniero Núñez
sabía que vendrían y parece que los estaba esperando. Los recibió
caballerosamente. Jefe Seminario tomó la palabra:
-¡Qué significa este ridículo aumento
salarial, ingeniero, es un tercio de lo acordado con usted y con don Felipe!
-Yo también estoy desconcertado Seminario
–Dijo el ingeniero con voz calma –pero son órdenes de Piura, me lo están
indicando en esta carta firmada por don Felipe, que la acaba de traer Rubén con
el dinero de la planilla, aquí me indican el aumento del 3% para los estables…
-¿Y
para las contratas? –interrogó con voz fuerte Indalecio
-Para las contratas han decidido que no
haya ningún aumento –respondió serio el ingeniero.
-¡Qué! –exclamó jefe Seminario –ni el 3%
para las contratas.
-¡Nada! –reafirmó el ingeniero.
-¡Cómo es posible que hagan esta canallada
con los trabajadores de la Hacienda y con las contratas, que se revientan
trabajando, a ellos con sadismo más duro les dan en el suelo. ¡No lo aceptamos,
ingeniero!- levantó la voz con furia jefe Seminario.
-Ingeniero –habló
pausadamente el educado Belisario, contrastando con el vozarrón de jefe
Seminario, extendiendo sus brazos y entornando sus grandes ojos grisis – se
tiene que reconsiderar este aumento mísero para los estables y medida abusiva
para los compañeros contratados al no considerarse ni un centavo de aumento.
Los dirigentes rechazamos enérgicamente esta medida de Piura y planteamos que
se nos considere el aumento del 10% acordado por los trabajadores y aceptado
por el dueño de la Hacienda. ¿Qué ha pasado en Piura para que se castigue tan
duro a los trabajadores? Llevamos tres años con los salarios congelados,
perdiendo más del 40% de nuestro poder adquisitivo, y esta pérdida es mayor si
consideramos que los dueños de las tiendas, suben cada vez más los precios de
los artículos de primera necesidad, ya que aquí nadie los controla. Con este
mísero aumento no vamos a poder subsistir, no vamos a poder vivir, y tenga en
cuenta ingeniero, que el trabajo que realizamos es muy duro. Los trabajadores
se vienen enfermando cada vez más, lo mismo sus hijos y así como vamos, sino se
soluciona el problema, no soportaremos más, entonces pueden suceder cosas muy graves. Por
eso ingeniero ahora cuando amanezca debe de llamar por radio urgentemente al
dueño y decirle que los trabajadores no hemos aceptado el mísero aumento y
hacer que rectifique la medida.
-Ingeniero –tomó la palabra el peón Campoverde en voz alta –debe hacer saber a
Piura, nuestra enérgica protesta, que los trabajadores no aceptamos esas
chamisas que nos dan como aumento, que no mejora en nada nuestra mísera
situación. Ya con este salario no podemos seguir viviendo. Yo tengo dos hijos y
con mucho sacrificio los tengo estudiando en la escuelita de Surpampa. La
semana pasada uno de ellos se me ha desmayao en clase, el pobre sólo había
tomado una tacita de yerbaluisa con un pan. Esta es la realidad de nuestro
salario de hambre. Así ¿Qué futuro les espera a nuestros hijos? Y nosotros dando
la vida para que engorde la Hacienda. Nosotros no pedimos limosna, pedimos un
salario justo para el peón, para la contrata, por nuestro trabajo digo.
-¡Ingeniero! –exclamó el bravo y fornido Indalecio
–esa es la realidad de nosotros los parias de esta Hacienda, usted la conoce
bien porque vive aquí en la Tina, es verdad, que usted vive apartado de
nosotros en su buena casa y con todas las comodidades, yo no digo que no se lo
merezca, pa' eso ha estudiado y es ingeniero; pero usted no haría nada sin
nosotros los trabajadores, con toda su ciencia no haría nada usted solito, los
que siembran y hacemos parir la tierra somos nosotros, incluidos las contratas,
que no se les ha concedido ni un centavo de aumento. Por eso usted ingeniero
debe también luchar y sacar la cara por su gente que trabaja, debe rebelarse
contra el dueño y los que lo aconsejan para que nos den lo acordado, debe
hablar con autoridaá, porque ahora mismo
está quedando mal con nosotros, porque no han respetado lo que acordamos con
usted y con el dueño de la Hacienda. Pero ya basta de injusticia porque si no
cumplen lo acordado estamos dispuestos hacer una huelga general con todos los
trabajadores, así hágaselo saber a los señoritos de Piura.
-¡Si ingeniero,
haremos la huelga sino cumplen lo acordado! –dijo con voz potente jefe
Seminario –ya ha escuchado a los compañeros, ya no nos queda otra alternativa, nos
quieren engañar con aumentos miserables, nos quieren dar un caramelo como si
fuéramos niños, y esta es una burla a la clase trabajadora y es más grave cuando ha sido un acuerdo aceptado por la
máxima autoridad que es don Felipe. ¿Qué otro poder oscuro más allá del dueño
se ha opuesto? ¿El señor Julio Domínquez, el administrador de Piura? Ese señor
que jamás sabrá como se siembra la tierra ni comprenderá las necesidades
vitales de los peones y de las contratas, ese señor que viviendo diez veces
mejor que el ingeniero Núñez, sólo sabe calcular con su maquinita la ganancia,
el beneficio para la Hacienda y para sus bolsillos, y nos impone a los que
producimos salarios de muerte, ese señor no tiene conciencia y tiene callos en
vez de alma y por eso nos está sentenciando a una muerte segura, y nosotros
ingeniero no nos vamos a quedar con los brazos cruzados. No, mil veces no,
haremos la huelga, preferimos morir en la cárcel, que morir de rodillas muertos
de hambre. Por eso sea claro ingeniero ¿Qué va hacer?
Jefe Seminario –continuó Rubencito –
estaba indignado y sus ojos claros y penetrantes le relampagueaban; su melena
aleonada estaba desparpajada; su amplia frente colorada, sudorosa; por su larga
nariz se precipitaba su respiración agitada. Su recia figura y sus enormes
brazos en permanente movimiento expresivo dibujaban con sus manos en el aire
toda clase de figuras geométricas. Los compañeros estaban vivamente molestos.
El ingeniero Núñez había escuchado sin cortar a nadie y asentando con la cabeza
los razonamientos de los dirigentes. No se inmutó ni siquiera cuando Indalecio
le mencionó “que vivía apartado de los trabajadores en su noble casa con todas
las comodidades”, solamente se puso serio. Dejó, realmente, que se desahogaran
los bravos dirigentes de las peonadas, luego hubo un silencio. Todos los
dirigentes miraban al ingeniero para que dé la respuesta.
-Estimados señores –empezó con voz suave
el ingeniero, mirando a cada uno de los dirigentes –Siento mucho esta situación
que no está al alcance de mi voluntad. Ustedes son testigos que yo estaba por el
aumento del 10% para todos los trabajadores de la Hacienda, incluidos los
trabajadores contratados. También, en principio, don Felipe lo aceptó. Pero
inexplicablemente ese acuerdo ha sido anulado por el mismo don Felipe y quizá
por consejo del administrador Julio Domínquez. Esta es la triste realidad. Ante
esto les soy sincero yo no tengo autoridad, les digo con toda claridad para que
no hallan malas interpretaciones, yo no puedo revocar esta nueva medida que me
manda el dueño por escrito. Lo que yo sí puedo hacer, Seminario y demás
dirigentes, es llamar al señor Felipe el día lunes temprano, hoy domingo no
puedo conforme me lo piden porque sencillamente está cerrada la oficina para
llamar por radio. El lunes le haré ver a don Felipe lo que me han manifestado,
incluso le diré que están dispuestos a paralizar las labores si no se les da el
aumento acordado. A esto si me comprometo, la decisión que tomen ya depende de
los señores que dirigen la Hacienda desde Piura. Como verán me voy a
comprometer una vez más con ustedes y lo hago a sabiendas de que el administrador
Julio Domínquez me ponga en entredicho con don Felipe, al decirle, quizá, que
yo estoy sacando la cara por los peones. Lo que voy hacer es algo justo y si
hay represalias yo sabré a qué atenerme. Así que ya saben lo que voy hacer el
lunes.
Hubo un silencio –continuó Rubencito –roto
por jefe Seminario que ya un poco calmado agradeció al ingeniero ese
compromiso, y luego le extendió la mano e hizo un ademán para que el resto de
dirigentes le estrechen la mano al ingeniero. Luego los vi salir apresurados a
conversar con los trabajadores que estaban cobrando.
Al siguiente día me contó jefe Seminario
lo acontecido esa madrugada, después de salir de esa reunión informal con el
ingeniero. Me dijo:
-Salimos corriendo para conversar con los
trabajadores que estaban cobrando, entonces hice uso de la palabra brevemente
para informar sobre el aumento, sobre la conversación con el ingeniero y sobre
nuestro planteamiento de huelga. La gente me escuchó atentamente. Luego que terminé nos rodearon muchos
trabajadores, estaban muy indignados por el ínfimo aumento; pero cuando les
planteamos más de cerca la huelga para hacer retroceder a la patronal, y que
esta huelga, también sería por la defensa de nuestros compañeros contratados; la
mayoría lamentaba la situación de esos negros morropanos y esos cholos catacaos, que vivían como animales en los
Canchones; pero no se mostraban
decididos a protestar haciendo una huelga, paralizando las labores por nosotros mismos y
por las contratas.
Secamos nuestras gargantas –me dijo muy
triste jefe Seminario –para convencer a nuestra gente que había llegado la hora
de pelear, pero solamente una minoría
estaba de acuerdo, el resto comenzó a irse a sus chozas a esas horas de la
madrugada.
Hubieron también pirañas rastreras –me
dijo jefe Seminario con los ojos indignados –unos mal nacidos, que desanimaban
a la gente, que lejos de apoyar a las contratas dijeron: “que mierda vamos
apoyar a esos negros pajeros y a esos cholos chicheros, que se manden a mudar
pa' sus tierras”.
Le iba a dar un merecido a ese canalla,
pero se me corrió el cobarde. Me contó el jefe que se había desesperado y que
Juvencio y Campoverde lo habían apaciguado.
Cuando rayó el día todavía seguían pagando
a los últimos, yo salí de la oficina con permiso del ingeniero, y allí estaban
firmes los bravos luchadores que querían la pelea con otra gente de la masa
brava; aunque yo sabía que su alma y su
corazón sangraban. ¿Con qué cara se iban a presentar en los Canchones, donde
moraban las aguerridas contratas? ¿Qué les iban a decir si habían coordinado
hacer una sola pelea?
“Los hombres pobres son uno sólo, por eso
unen su corazón y sus manos en la pelea”
Le había dicho una noche en una reunión
clandestina, allí en los Canchones, Pá Isaac,
el viejo negro y sabio.
“El hombre debe pelear por su vida, si hasta
el perro callejero se defiende con toda su energía y lucha por un bocado, y el
hombre que trabaja como bestia, que produce ¿Porqué no ha de luchar por su
vida? ¿Qué pecado puede haber, santo Dios,
cuando el hombre se rebela por sobrevivir? “
Estas palabras del sabio negro le sonaban en
sus oídos de aquella reunión tan sentida. Y siguió recordando:
“El
agua de los mares se eleva al cielo y cae purificada en las montañas para luego
reunirse en los manantiales y las quebradas y formar los ríos y en esa unión
hacen florecer la vida, así los pobres como las aguas cristalinas debemos
unirnos para dar sentido a nuestras vidas…”
Sí que sufrían en el alma jefe Seminario y
esos bravos luchadores –dijo Rubencito con una tristeza infinita –yo también
sufría por nosotros los trabajadores que nos llamamos “estables” y por las
“contratas”, que se revientan como topos
labrando la tierra.
-Dime Rubencito –dijo Camilo -¿Qué pasó
después? ¿Qué hicieron los cholos y los negros al verse traicionados por los peones?
¿Qué hicieron sus dirigentes? ¿Qué dijeron esos viejos consejeros?
-Ya es tarde Camilo –dijo don Rubencito mirando
por los cerros el sol –tengo que recoger al ingeniero Núñez, pero quién te
contará mejor serán los bravos Indalecio y Juvencio, que la próxima semana
vienen a trabajar a estas nuevas tierras.
-¿Qué a Indalecio y a Juvencio los mandan
pa’cá? –dijo Camilo abriendo más sus enormes ojos negros.
- Sí a ellos los andan de aquí para allá por
orden de Piura –respondió Rubencito –desterrándolos a los lugares más apartados,
pero ellos se las ingenian para
conversar con la gente, ahora están preparando algo serio
-¡Sí! –asentó Camilo –Sé algo, jefe Seminario
me ha mandado a decir “Hay que trabajar duro con la gente pa’que esta vez el
patrón no pueda dividirnos”.
-¡Sí! –dijo don Rubencito –esta vez hay
que seguir los consejos del negro sabio “De unirnos como las cristalinas aguas
de los manantiales y de los ríos y darle sentido a nuestras vidas…”
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