II
LAS PEONADAS
Gritaba el tractorista Camilo en medio del
bullicio que hacía la máquina cartapila
D-8, mientras introducía la filuda cuchilla en el tupido bosque, arrasando,
triturando las raíces de los árboles, que lo miraban asustadas con sus entrañas
salidas de la tierra. Esas raíces parecían arañas gigantes, negruscas,
parduscas, verduscas, que se tornaban con palpitante vida, robustas y pujantes,
prestas a saltar sobre Camilo. Cuantas veces las observó moverse como reptiles
en la tierra removida y salir por la
tupida maleza y golpear con furia la
dura máquina, o arañarle con sus llorosos filamentos sus brazos, sus piernas,
su rostro o quitarle con violencia su amarillento sombrero de junco.
Chapalolla era un púber, casi un niño, que
desde muy pequeño se había criado ayudándoles en el campo a los tractoristas de
la Hacienda y preparándoles la comida. Era huérfano de padre y madre. Eran dos
hermanos, él se llamaba José y su hermano menor Segundo, al que decían “culón”.
El “culón” también ayudaba en la preparación de la comida para los pensionistas
de la “mama Inés”. Ellos eran serranos, de arriba, de Ayabaca, habían bajado a la
Hacienda con unos familiares; pero ellos con su trabajo se mantenían desde muy
pequeños. El “culón” estudiaba primaria en Surpampa y para ir a la Escuela
caminaba unas dos horas todos los días;
pero antes de ir tenía que cargar agua del canal y dejar repletos los barriles
y las tinajas de la “mama Inés”. El “culón” todo lo hacía rápido moviendo con
gracia, pero con naturalidad, su abultado trasero, por eso se ganó ese apodo.
Los tractoristas se lo pusieron cuando por las noches bajaban a cenar donde la
“mama Inés”. Cuando le decían “culón” se ponía como un tomate y quería matar al
que lo ofendía, mientras todos los
pensionistas se reían. Muchas veces el “culón” hacía de mozo y llevaba los
platos humeantes de sopa y al que lo
fastidiaba le dejaba caer un poquito de caldo en las manos, en los
brazos…Varios tractoristas y peones tenían recuerdos del “culón” en los brazos
y hasta en la nuca, algunas cicatrices eran grandes pasadas de mano del “culón”.
El apodo “chapalolla” también fue obra de
los tractoristas. José paraba su olla en una cocina improvisada en medio del
campo y la llenaba de todos los alimentos que encontraba a mano, esa olla
repleta de frijoles, yuca, zapallo, arroz, verduras,…parecía alforja de ciego.
La dejaba en preparación y corría a ocuparse de la máquina, entonces los
tractoristas le decían:
-Cholo,
chapa-laolla.
Y
José corría a ver si la olla de la comida ya estaba, pero regresaba diciendo:
-Falta
un poquito mestro, la yuquita tá' un poco durita.
Y los tractoristas con hambre nuevamente:
-Cholo,
chapa-laolla se va recocinar la comida.
Y José se fue identificando con ese nombre,
con esas palabras que se las decían de una sola tirada:
-¡Cholo
Chapalolla!
Cuando menos pensaron a José se le fue
borrando su verdadero nombre para dar paso al de Chapalolla, ya que casi nadie
le decía su verdadero nombre, excepto la “mama Inés”, que lo quería a él y al "culón" como
si fuese su propia madre.
-Ah
maldito Chapalolla que no se apura con la comida se me retuercen las tripas, tengo
una orquesta en la barriga: ¡Chapaloooooollaaaa! ¡Chaaaaaapppaaloooollaaaaa…!-
se desgañitaba Camilo.
--¡Acááááá
toooy -respondió Chapalolla- en medio del bosque, bajo un ceibo, en donde había
acomodado su cocina de campaña y que la atizaba con el aire de sus pulmones, resoplando con furia. El sol estaba en lo alto
del cielo y palomas silvestres por bandadas surcaban los aires con dirección al
río. A pesar del ruido de la máquina se escuchaba a los lejos el trino de los
pájaros y un persistente picotear de los pájaros carpinteros, que asustados observaban
a la máquina y a los hombres que habían invadido su territorio. Chapalolla
llegó corriendo donde estaba el maestro tractorista Camilo.
-Mestro
yastá el almuerzo, tres tortolas le chau a la sopa, de las que nos han vendido
los pajareros en la mañanita.
-¡Que
pendejo eres Chapalolla! -dijo el maestro Camilo, mostrando su dentadura blanca
y perfecta –nos vamos a quedar dormidos con tanto alimento.
-Tamién
le chau – respondió Chapalolla- plátano verde, arroz, frijoles…venga a comer
calientito mestro.
-Pera
pa' dejar en mínima la máquina - respondió alegre el maestro Camilo, poniéndose
de pie en la máquina, dejando ver su gran musculatura y sus hombros cuadrados. Apoyó sus hercúleos brazos en la varilla de
fierro, que pendía del techo de la máquina, saltó a tierra como felino,
aplastando con sus botas mineras la maleza y avanzó a zancadas triturando la
mala hierba que se oponía a su paso.
-Sírvase
mestro - atento Chapalolla alcanzó un gigantesco mate lleno de humeante sopa y
un cucharoncito de palo.
-¡Chucha,
que rico, cocinas como hembra Chapalolla! - dijo Camilo, mientras se metía a la
boca una presa de tortola.
-Mestro,
ya viene con pendejadas.
-Si
jueras hembra serías una serrana mamacita, chiquilla bien rica, gordita,
rosadita, la bandida - le decía Camilo, mientras le trataba de coger los
cachetes con sus toscas manos.
-¡ Ya
mestro- se molestó más Chapalolla, poniéndose de pie, yéndose a otro ceibo que le daba sombra- mire que hay bastante piedra fina.!
-Cojudo
si te agarro, no te dejo ni una pluma, ninguna hembra se mea escapau, ¿Quién te
puede defender en estas soledades?
-Por
eso no me gusta venir a trabajar con usted, mejor me hubiera ido al Tutumo con
el mestro Jefe Seminario.
-¡No
mi Chapalollita, mi cholito lindo, cocinas bien rico! Ese chino e' mierda que
le ayuda a Seminario cocina pa' perros, la vez pasada le metió camote a la
sopa, pua que me hizo tragar sopa dulce con plátano salau todo entreberau,
parecía un vomitau.
-Eh…
mestro…escuche - dijo Chapalolla, mientras con su índice señalaba el bosque por
donde la angosta carretera se divisaba.
-¡Qué!
– dijo Camilo mirando la carretera.
-Viene
carro mestro, es el lan rober de don Rubencito.
-Ah,
Rubencito, seguro que trae combustible- dijo Camilo.
Don Rubencito, así lo llamaban cariñosamente
al chofer de la Hacienda. Era un noble hombre que en su juventud había sido
camionero rutero de la costa del Perú, de Tumbes a Tacna traficaba. Era trigueño,
alto y fuerte; de nariz aguileña, pelo ondulado, largos brazos y gigantescos
dedos; simpático, de hablar pausado y mirada serena. Era servicial como ninguno,
poco se molestaba y casi no conocía la enfermedad. Era tan puntual en el trabajo
como el sol de cada día y a pesar de su hercúlea figura jamás le gustaba la
pelea. Eso sí era justiciero infatigable
de los débiles. Eran esas dotes que hacían que la gente lo quisiera,
principalmente las mujeres a quienes trataba con caballerosidad y galantería.
Esta cualidad de imán con el género femenino, era una virtud; pero a la vez su
principal debilidad. Tenía muchos hijos en Piura y otros en Sullana. Su esposa
Juana en Piura, le cobraba la quincena, que a su vez estaba dividida en dos
partes: la mayor parte era para la señora de Piura y la otra para la señora de
Sullana. La Hacienda le pagaba su alimentación y hacía de cien oficios fuera de
su jornada laboral para tener unos centavos en el bolsillo. Sus máximos
ingresos provenían de la cría de gallos de pelea, de pollos finos que desde la
madrugada atendía amorosamente.
-¿Qué
tal muchachos? – saludó don Rubencito afectuosamente, alcanzando a Chapalolla una mano de plátanos
de seda.
-Bien
don Rubencito -respondieron.
-Les
traigo la grasa, el aceite y el petróleo.
- Espera
no bajes todavía, ven Rubencito, sírvete….mira lo que me ha cocinau mi mujer- dijo
Camilo riéndose.
-¡Ya
mestro, qué dirá don Rubencito!-se quejó
Chapalolla
-
Cojú, si don Rubencito es más pendejo
con esa carita que tiene ¿Qué dice la Guillermina, la mona colorada?
Y don Rubencito solo se sonreía y movía la
cabeza. La Guillermina era una hermosa mujer ecuatoriana, que todos los jueves
por la noche venía de Macará a ver a don Rubencito. Ella era una mujer de unos
treinta años, redonda, serrana, colorada, de largos cabellos castaños que se
los trenzaba en un moño, de ojos claros y nariz recta, de cuerpo parejo y piernas
rellenas, caderas abultadas y de exquisitos senos. Cuantos hombres en la Hacienda
la deseaban: los capataces y mayorales; los empleados y aduaneros; los
militares y los guardias; los comerciantes de las tiendas grandes y los dueños
de ganado. Pero ella prefería a don Rubencito que tiernamente la trataba y la
amaba en medio del campo a la luz de la blanca luna.
Y
don Rubencito seguía moviendo la cabeza y sonriendo saboreando la rica sopa
preparada por Chapalolla mientras Camilo soltaba la risotada, dejando ver
dentro de su enorme boca el arroz masticado y las presas trituradas.
-¡Ya
muchachos a trabajar - dijo don
Rubencito poniéndose serio- ya vamos a
bajar las cosas y para ayudarte a engrasar Camilo!
-Ya
Rubencito porque Chapalolla es una madre engrasando.
- Ya
no moleste don Camilo, que con don Rubencito siempre aprendo.
- Allí
sí tienes razón Chapalolla –dijo Camilo- Rubencito es un pendejo con las
hembras, pero en el trabajo es una yunta, vamos ayudarle güevos rajaos.
-
Ahora estuve en el Tutumo –dijo don
Rubencito - con el Jefe Seminario y con el Chinito, engrasé el otro D-8 y lo
dejé como el cuete, pucha que el chinito se fue de alivio porque sabrás que a
Miguel le gusta todo en regla.
-El Jefe
Miguel Seminario es un chucha- dijo Camilo- cuando le entran los nervios se
desconoce él mismo, es un serrano de coco y caña; pero es bien derecho. Con él
naydes viene con pendejadas, la vez pasada granputeó al propio ingeniero Núñez,
chucha que entre serranos se agarraron; pero Núñez lo respeta. Quien le tiembla
es la “mula” Morey, ni se le acerca. Cuando le toca controlarlo se hace el
disimulau y mejor manda a otro. El Jefe se las ha jurau delante de la gente, allá a la entrada del
pueblo, donde la mama Ramona, yo estuve allí ese domingo. El Jefe se enteró que
la “mula” le había pegau a don Abelito, al viejo lampero, que pa' colmo anda
achacoso, puta que el Jefe empezó a
echar espuma por la boca de la cólera. En eso pasa la “mula” Morey bien orondo
montau en su mula colorada, más que el Jefe
se había aventau su cañazo. Cuando lo vio se salió del rancho de la mama Ramona
a pampa limpia. ”Ven mula abusa conmigo, mierda hija he perra”. Le dijo. Aventó
puallá su reloj, que tiene pa’ controlar las horas extras, puallá aventó tamién
su camisa. Los ojos se le salían de furia. El mayoral se paró en seco, su mula colorada
se movía retrechera. El Jefe sin camisa, pelau ya lo topaba, cuando en eso
Morey soltó las riendas del animal y salió corriendo despavorido como si lo
persiguiera el diablo, sin chistar una palabra. El Jefe lo siguió a carrera
abierta. La mula del mayoral corría con el rabo entre las patas, como una
cobarde perra, si parecía que se había contagiau con el miedo del dueño. El Jefe
corría como loco detrás del trasero de la mula, gritando ajos y mierdas. El
animal metía más su rabo entre sus patas como si el Jefe le juera a meter el
dedo en el culo. Morey hundía más las espuelas en el lomo del animal haciéndola
rechinar y ganando terreno. Se armó una alboroto de los mil demonios, muchos
piones salieron de sus covachas y le gritaban lisuras al mayoral y unos negros
y cholos desde sus canchones, a lo lejos se arremangaban sus camisas como
queriendo pelea y avivaban al Jefe, que se quedó en medio del pueblo, acezando
como burro. Mientras Morey huía con dirección a la casa hacienda, donde está la
oficina y se metió como rata en su guarida. Todos pensaron que lo iba a quejar
al Jefe, pero nada le hizo. La “mula” Morey no se quejó porque el Jefe le alvirtió:
“Si me denuncias perro sarnoso te mato”. Y el Jefe cumple con su palabra, ya lo
conocemos que es capaz de todo.
- Sí,
es capaz de todo - respondió don Rubencito- hoy estuve con él y está molesto por las
miserias que paga la Hacienda, por lo mucho que sufre la gente con sus crías.
Me contó sus experiencias con los obreros de Chimbote. “Esos sí que son bien
machos” me dijo. También recordó a los
cañeros de Casa Grande, allí aprendió su oficio y a pelear como macho. El Jefe
sabe lo que es lucha, pero quiere gente, la mayoría, ”con pocos nos quemamos, es
una cojudez”- dijo. Pero a veces al ver tantos abusos no se contiene y quiere
arreglarlo todo a puñetazos y a patadas. Pero quién le puede decir algo si
defiende lo justo y en el trabajo es un tubo, ha derribado casi la mitad del
bosque de la parte del río desde que vino, es el tractorista más antiguo, es un
verdadero maestro. Recuerdo la última movida que hicieron las trabajadores de
la hacienda, él fue nuestro representante. Yo lo vi reclamarle al viejo patrón
don Felipe sin chuparse. El viejo lo miraba con respeto y los oficinistas asustados.
Hubieran visto a Morán boca abierta mirándolo desde sus libros contables. El
jefe cuando llegó al punto levantó más la voz:
“Aquí nos morimos don Felipe, la gente está
enferma, se mueren por montones los hijos de los peones y la Hacienda jamás nos
ayuda, no hay enfermería, sólo un sanitario militar que es más bruto que las
mulas, que trata con desprecio a nuestra gente. El jornal que nos paga es tan
miserable, que la gente sólo vive endeudada, enganchada a la Hacienda y a las
tiendas grandes, a pesar de que nos sacamos el ancho todo el santo día,
gastando nuestras míseras energías. Por eso los trabajadores se tuberculizan y
muchos peones andan debocando sangre por los rozos y por los canchones. Nuestras
viviendas son barracas, covachas, no son dignas del ser humano. Nuestros hijos
no tienen colegio y tienen que ir a aprender unas letras caminando horas a
Surpampa, Chirinos, Suyo y al mismo Macará (Ecuador), a otro país. No tenemos
ni una mejora y así van pasando los años y nos vamos envejeciendo
prematuramente..."
-Calma,
calma Miguel - le interrumpió don Felipe- Sabes… te voy a hacer una proposición, y tú eres un hombre inteligente….mira te voy a
dar a ti un aumento especial, el doble de lo que estás ganando y si te portas
bien un regalito de los que sabe hacer el tío Felipe…Y esto lo hago por que
creo eres familia de mi esposa…
-
¡Nooo don Felipe! –gritó el Jefe - yo
soy Seminario de otra rama y no quiero aumento para mi solito sino aumento para
todos mis compañeros, yo estoy aquí en representación de todos….y esas
propuestas hágaselas a los puercos…..
Pucha, al viejo casi le da un ataque -continuó don Rubencito- se puso furioso y quiso darle miedo al Jefe,
pero éste lo miraba fijamente con ojos de fuego. Cuando don Felipe levantó su
rechoncho cuerpo de sapo y se acercó donde Miguel le asustaron los ojos
brillosos de candela del Jefe, que seguro le quemaba el alma cochina del viejo,
que lo hicieron temblar. Al patrón le empezó a tiritar y a lagrimear el ojo
derecho, quiso gritar, pero estaba como paralizado. Se miraron cara a cara un
buen rato y luego resollando el viejo tomó aliento y le salió un grito tan feo
como si lo hubiera dicho dentro de una tinaja:
-¡Carajo
nuay aumento pa' nadie!
Y el jefe respondió enseguida con voz
potente:
-¡Si
el sábado no sale aumento para todos los trabajadores el lunes no trabaja nadie
en la Hacienda, ese es el acuerdo don Felipe.!
Pucha, el viejo se quedó pensando un rato y
luego replicó:
-Acuerdo
¿De quién?
-¡De los
trabajadores! –respondió el Jefe.
-¿De
los tractoristas? - Interrogó don Felipe-
-
No -dijo el Jefe- de todos: los jornaleros, los tractoristas,
los peones y también las contratas…..!
-¡Que
también esos negros y cholos de mierda, que por piedá les he dado trabajo en la
Hacienda! - gritó don Felipe.
- Así
es – asentó el Jefe- son trabajadores también de la Hacienda.
- ¡Para
mí son perros que en cualquier momento los
despido, no pertenecen a la Hacienda!
-
Están produciendo más que los peones de la Hacienda don Felipe, es justo que
también se les aumente…
La oficina estaba hecha un fuego y el Jefe
con la mecha prendida. Los oficinistas Salazar, Wachinton y Morán habían dejado
de trabajar y estaban entre asustados y miedosos y escuchaban atentos la discusión.
Don Felipe estaba acezando, él sufre del corazón, cuando miró directamente en
medio del silencio que habían hecho, a los oficinistas sentados como estacas:
-¡Carajo
y ustedes porqué se quedan paralizados, trabajen chismosos de mierda!
A ese Morán le faltaban manos para escribir
en los libros y a ese Salazar y Wachinton, dedos para continuar escribiendo en
la máquina. Don Felipe regresó a su butaca con pasos cansinos. Había llegado de
Piura la noche anterior, era martes ese día, y había venido por tres días a
inspeccionar la siembra y otros trabajos de la Hacienda. El ingeniero Núñez
estaba repartiendo ordenes a los mayorales fuera de la oficina y luego teníamos
que llevar al campo en el lan rober a don Felipe para que vea el avance con sus
propios ojos.
- Ya
sabe nuestra decisión don Felipe - dijo valientemente el Jefe rompiendo el silencio.
- Está
bien - dijo don Felipe más calmado- voy
a pensarlo, vete por favor , no me agites a la gente.
- La
miseria y el abandono son los que agitan don Felipe, recuérdelo.
Y el Jefe se fue con sus pasos firmes,
poniéndose su gigantesco sombrero blanco dominguero. El viejo se quedó mirando
como el Jefe bajaba la loma de la oficina con sus largas zancadas y su caminar
gallardo como quien ha vencido en un duelo. El viejo sentado en su butaca, las
sienes le latían y el corazón se le quería salir por la boca. Pidió agua
azucarada. Los oficinistas se pelearon por alcanzársela. Luego de tomar
lentamente su agüita, se puso a pensar, mientras los oficinistas trabajaban como ningún día. En eso como acordándose
de algo, el viejo mandó a llamar al ingeniero Núñez. Éste vino casi corriendo y
se cuadró ante don Felipe. El Viejo a boca de jarro le preguntó:
-Oye Jorge ¿Tú conoces bien a la gente?
- Si don
Felipe -.respondió- recuerde que me he
criado con campesinos en la
Hacienda
de Yanchalá.
El viejo movía la cabeza afirmativamente.
-¿Conoces
bien a ese serrano piquiento de Miguel Seminario?
- Si
don Felipe, lo conozco bien, él es muy antiguo, con él empezamos a derribar el bosque. Es piurano. Usted también lo
conoce.
-¡Sí
lo conozco, pero no en esta faceta de representante de los trabajadores, me ha
sorprendido - dijo el viejo patrón.
Don Felipe seguía moviendo la cabeza y a
veces no se sabía si era de aprobación o de amenaza.
-Entonces
- dijo el gamonal - tenemos que conversar sobre unos problemas que me ha
planteado ese serrano mal nacido, ha venido aquí como Delegado de los
trabajadores.
-Sí - dijo
el ingeniero- conozco bien esos problemas, conozco de sus reuniones y de lo que piensan hacer…
-
¿Cómo, usted sabía y no me ha informado?
– dijo el viejo encolerizándose.
- En
su debida oportunidad se lo iba a comunicar, señor - dijo humildemente el ingeniero- si usted
recién ha llegado.
-Tienes
razón, pero me hubieras advertido para estar preparado.
-Si,
señor, pero estaba ocupado dando órdenes a los mayorales y no he visto cuando
ha subido Seminario.
-Vamos
a conversar tú y yo para ver como solucionamos el problema, aquí no, ves a esta
gente chismosa - dijo el viejo pasando la mirada por los oficinistas y también
a mí me plantó la mirada; yo estaba facturando lo que había traído a la Hacienda.
-¡Ya, Rubén, termina y prepara la camioneta
que vamos a salir al campo! -me dijo. Luego el viejo y el ingeniero se
encerraron en el departamento. A los oficinistas les entró el alma al cuerpo
que tan luego desapareció el viejo se relajaron y comenzaron a maldecirlo.
Don Rubencito contaba a Camilo y a
Chapalolla lo sucedido tiempo atrás, mientras engrasaba el D-8, tumbado en la maleza. Un copioso sudor bañaba
su cuerpo y su rostro. Camilo y Chapalolla en verdad eran sus ayudantes, ya que
don Rubencito conocía bien ese trabajo y lo hacía con maestría y rapidez.
-¿Y
qué pasó luego Rubencito, le aumentaron el salario a la gente?- interrogó
Camilo.
-La
hacienda nos hizo una jugarreta. En Piura me enteré bien de la vaina, yo tenía el
dato para pasarle la voz al Jefe que es mi collera, pero me enviaron con la
plata de la planilla el mismo sábado, a la gente le pagaron en la madrugada del
domingo.
-¿Pero
como fue la jugada? -interrogó
impaciente Camilo, poniéndose de pie y sacudiéndose su gastada y sudorosa ropa
de trabajo.
-Fue
así, el mismo ingeniero Núñez me lo contó tiempo después -dijo don Rubencito, poniéndose de pie y
limpiándose las manos engrasadas con una franela roja negruzca de tanto uso- En
la reunión que tuvo don Felipe con el ingeniero Núñez, habían acordado dar un
aumento a la gente conforme al acuerdo de los trabajadores, es decir, el 10 %.
El ingeniero convenció a don Felipe que si no se aumentaba a todos los
trabajadores se iba a desatar una Huelga General, le dio un poco el lado a la
gente y tenía razón porque todos los trabajadores le reclamamos a él, ya que
está permanente en la Hacienda. El aumento no era considerable pero si regular.
El ingeniero le había prometido a don
Felipe mayor producción de arroz y plátano, superior al año anterior. El viejo
se entusiasmó. “Más cabezas de ganado en las invernas, don Felipe” y al viejo
le brillaban los ojos de alegría…Pero el viejo tenía prejuicio, que ese aumento
iba a mermar su autoridá y que los trabajadores pidan cada cierto tiempo aumento
y amenacen siempre con la “maldita huelga”. El ingeniero le respondió, que
conocía bien a su gente, que eran campesinos tranquilos y por el contrario con
el aumento iban a trabajar mejor y rendir más. Entonces acordaron aumentar a
los tractoristas, a los peones, a los piareros, a los cuadrilleros y lo que es
más a las contratas que son un montón. El viejo después de la reunión estuvo tranquilo
e inspeccionó el molino, los rozos de arroz, de plátano y dio vuelta por las
invernas en donde estaban las nuevas cabezas de ganado que había traído del extranjero. También
se dio una vuelta por el bosque en donde Jefe Seminario estaba preparando
nuevas tierras de cultivo, pero no se entrevistó con él, vio su trabajo y le
pareció bueno. El problema estuvo cuando llegamos de regreso a Piura y el viejo
le comunicó el acuerdo al administrador de la Hacienda, Julio Domínquez. El pelau Domínquez saltó de su
asiento:
-Pero
don Felipe, ¿Que ha hecho?, ¿sabe lo que significa un aumento de esa magnitud
para todos los trabajadores de la Hacienda.?
Y el administrador comenzó a sacar cuentas.
Como a la hora daba cifras. El pelau sudoroso explicaba en un cuadro con
números bien grandes para que el viejo entendiera.
-Pero
yo he dado mi palabra, Julio.
-¿Con
quién se ha comprometido don Felipe?
-Con
el ingeniero Núñez y este con los trabajdores.
-Pero
usted en persona no se ha comprometido con los trabajadores, es más el
ingeniero es hombre de su confianza, bastará con llamarlo por radio.
- ¿Si
hacen Huelga los trabajadores? - replicó don Felipe preocupado.
-¿Cómo
está la situación en la Hacienda don Felipe? - interrogó el administrador escudriñando
con sus pequeños ojillos al dueño.
-Está
de candela, todos están unidos, me lo ha dicho su representante Miguel
Seminario y me lo ha confirmado el ingeniero Núñez.
-Le han
exagerado don Felipe. ¿Usted cree que esos cholos de Catacaos y esos negros
morropanos van a hacer algo si no les aumentamos? ¿Qué pueden
hacer
esos indios ignorantes de la Hacienda? ¿No recuerda que están cercados por el ejército
y la policía?
-Pero
ya han hecho revueltas, Julio ¿No recuerdas esos levantamientos de esos
Indios
lugareños por sus tierras, no te acuerdas de las movidas que hicieron el indio Tomás
Quesquén y el cholo hijo de perra de Benigno Riofrío?
-Pero
los sofocamos y les dimos su escarmiento don Felipe.
-Pero
ya no quiero más problemas, Julio, tenemos casi dominado todo ese territorio,
tú bien sabes de nuestras jugadas con esas tierras….
-Pero
don Felipe, se me mueve todo el presupuesto y significaría menor margen de
utilidad y lo que queremos es aumentar las ganancias, crecer para extendernos más,
necesitamos la instalación de un nuevo molino en Las Lomas, comprar más ganado
fino para el cruce, necesitamos más maquinaria moderna, más semillas de mayor calidad,
más abonos….
-Pero
el ingeniero Núñez me ha dicho que va a haber más producción y más ganancia si
le aumentamos el 10 % a todos los trabajadores de la Hacienda
-Don
Felipe, qué sabe ese serrano si con las justas ha terminado con favores en la Agraria, no sabe nada de
administración ni de contabilidad.
-Lo hubieran
visto -dijo don Rubencito, enojado- a ese pelau Domínquez desgraciado,
argumentar y decir tantas cosas que yo no entendía bien, usaba unas palabras
raras, técnicas que ni el propio don
Felipe las entendía y cuando le hablaba así, el viejo le decía:
-Explícate
bien, que te entienda, canta claro.
Ya
habían concluido de engrasar el D-8 y ahora se prestaban a echar el petróleo,
que en cilindros trasladaba el lan rober del grifo de la Hacienda al campo,
donde el hombre y la máquina desaparecían los bosques frondosos.
-Total
¿Qué acordaron el pelau Domínquez y don Felipe? - preguntó Camilo en plena
faena.
-Después
de discutir un par de horas, don Felipe estaba casi convencido, y le dijo al
administrador que había que encontrar una solución inteligente que favorezca a
sus intereses.
-El
serrano Núñez me ha aconsejado mal, tú eres mi hombre de confianza, Julio, búscate una solución efectiva con tal
de que no haya peligro de que esos indios, cholos y negros paralicen las
labores de la Hacienda, considérales un aumento mínimo- dijo el viejo patrón
-¡Ya
don Felipe, ya tengo la solución -dijo el administrador al rato.
-Si ¿Cuál es Julio?
-Sencillo
-dijo el administrador, pasándose sus
delicadas y afeminadas manos
por la
cabeza pelada y luego cogiendo la sumadora- Mire, vamos a considerar la tercera
parte del aumento que usted se había comprometido, pero sólo a los trabajadores
de la Hacienda, a los estables, para las contratas ni un centavo.
-¿Está
bien eso Julio? -interrogó el propietario.
-Aquí
vamos a matar dos pájaros de un solo tiro don Felipe.
-Explícate
-dijo el terrateniente inquietándose.
-Primer
pájaro -dijo seriamente el administrador - al no aumentar a los contratados, nos vamos a ahorrar un buen dinero que nos
servirá para comprar semillas y abonos de primera, esa es una buena inversión.
Segundo pájaro y mucho ojo, don Felipe, vamos a dividir a los trabajadores de
la Hacienda, a los estables y a los
contratados, que según parece quieren unirse para hacernos la pelea. Al darles
esos centavos a los estables no van a querer saber nada con esos cholos y
negros de las contratas, que pretenden hacernos problemas. Con esa medida los
vamos a dividir...
-Me
parece una medida acertada Julio - asentó
con la cabeza y las palabras don Felipe, poniéndole a su rostro una facción
cómplice, como cuando quiere hacer una negra jugada.
-Pero
hay que tomar otras medidas don Felipe.
-Tienes
carta libre Julio para que tomes todas la medidas pertinentes, pero me gustaría
saberlas ¿Cuáles serían?
-Si
don Felipe, en principio, este acuerdo no hay que comunicárselo al ingeniero Núñez,
a este ingenierito, me parece, que se lo está ganando la indiada y lo traiciona
su corazoncito…está bien para que trabaje en el campo para lo que ha sido medio
formado, pero para mandar gente es un blandengue, un güango, no sirve.
-Así
me parece, Julio, pero vieras cómo hace florecer esos campos con su mano
maestra…
- No
es para tanto - replicó el pelau Dominquez con su rostro de envidioso- es por nuestra dirección diaria que le damos
por radio, si le faltara no supiera que hacer ...
-¿Qué
otra medida implementaremos Julio? -interrumpió
el dueño-
-Ah
llamaremos a todos los responsables contratistas y les advertiremos que cuiden
a su gente, que no se amotinen, que al menor desorden les rescindimos el
contrato y no les reconoceremos el pago de la última quincena. Pues sabrá usted
que siempre en los pagos vamos arrastrando una quincena, es decir, nunca
estamos al día con el pago a los trabajadores, ya que éstos tiene que trabajar dos quincenas
para recién pagarles una y si se portan
mal corren el riesgo de que no les paguemos las dos quincenas.
- Qué
bien Julio hay que ser precavidos con esos salvajes -dijo el terrateniente
contento celebrando la medida del administrador.
- Otra
medida será poner al tanto al ejército y a la policía de los movimientos de esos
zarrapastrosos. A esos señores les hemos hecho demasiados favores y hace tiempo
que no nos dan un buen dato. Cuánto arroz, plátano y ganado para la tropa les
damos y cuántos viáticos. Los jefes de antes eran mejores, ahora éstos se han
dedicado al contrabando y a la pasta. En esta medida don Felipe hay que
considerar echarle el guante y si es necesario ajustarle las clavijas a ese
Miguel Seminario y demás rebeldes que están levantando a la indiada.
-
Claro, claro - asentó don Felipe.
Pucha cuando me enteré que mi pata Jefe
Seminario estaba en la mira se me heló la sangre. Pucha como le paso el dato de todo este complot, así
pensaba para mis adentros ….cuando…
-Ah,
otra medida don Felipe es que Rubén lleve el pago de la quincena hasta el
sábado por la tarde para que paguen al personal estable con su respectivo
aumentito la madrugada del domingo. Y a la contrata le paguen el domingo por la
mañana sin ningún céntimo de aumento.
- Muy
bien Julio te aplaudo es buena medida.
- Y por
último -dijo el pelau Domínquez– hay que estar al tanto de la situación, que
por radio nos informen de todo lo que ocurre en la Hacienda.
- Eso
es, Julio, hay que preverlo todo - manifestó el terrateniente ya sereno y
contento recostando su rechoncha humanidad en su silla giratoria.
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(Próximamente
segunda mitad de las Peonadas)