lunes, 21 de noviembre de 2016

FÁBULAS DEL LIBRO EL TRINO EN LA SELVA (TERCERA ENTREGA)


EL JUEGO DEL GATO Y EL RATÓN



   Un Gato agazapado saltó y atrapó a un Ratón que temblaba de terror. El Gato rió siniestro y le dijo:
-¡Juguemos a correr!
   Muerto de espanto, el Ratón no respondió, sin embargo vio brillar una esperanza mientras el Gato lo tenía entre sus garras. Su estrategia consistió en hacerse el rengo.
-¡Qué risa me das, eh! –dijo el Gato- Corre su puedes… ¡A ver… uno, dos, tres, ¡cojo es!... ¡ja, ja, ja!
   El Ratón hizo oídos sordos a la burla. Midió el terreno para escapar, pues el juego del Gato era muy serio para él.
   El Gato siguió burlándose y lanzándolo para arriba. “Uno, dos, tres, ¡cojo es!... ja, ja, ja”.
   Lo arrojaba y lo recogía. En uno de esos lanzamientos, el Ratón cayó en la puerta de una cueva y se metió veloz en ella. El Gato, sorprendido, dio un salto para atraparlo, pero fue demasiado tarde. El Ratón se había esfumado, dejándolo con la miel en los labios.
   Una vez en su techo, el Gato enfurecido narró el triste acontecimiento a sus amigos, quienes se burlaron de él a carcajadas. El Ratón, por su parte, contó a su roedora comuna la odisea vivida con el Gato.
   Los maestros ratoniles aconsejaron a los más pequeños que hasta en el último instante de la vida debemos mostrar valor, ingenio y esperanza.






EL GLOBO Y EL CÓNDOR



   En cierta ocasión, un niño infló un Globo que tenía la forma de un oso gigante. El Globo, lleno de ingenuidad, creyó encarnar realmente a la fiera y se elevó por los aires hasta las cumbres más altas, donde moran los cóndores. Creyéndose un oso fiero desafió a las grandes aves del lugar.
   El cóndor padre llamó a su pequeño pichón y le dijo:
-Ve a jugar con esa bolita que va por los aires, pero ten cuidado, no la destruyas.
   El pichón obedeció y fue al alcance del Globo. Éste, que se creía oso, lo miró de mala manera.
   El pichón rió y le dijo:
-Juguemos a las chapaditas.
-No me da la gana –respondió el Oso Globo contrariado.
-¡Juguemos! –insistió el Pichón.
-¡Vete al diablo! – respondió el Globo enojado –¿No ves que te puedo lastimar con mis uñas o estrangularte con mi fuerza bruta? ¿No ves que soy el oso fiero?
-¡Ya, ya! ¡Juguemos al oso fiero! –dijo riéndose el Pichoncito –juguemos a la estrangulada.
   Iniciando el juego, el Globo persiguió al Pichón, pero éste era más veloz, pues tenía libertad de movimiento, mientras el Globo estaba sujeto a los vaivenes del viento.
-¡A que no me alcanzas! –se burló el Pichoncito- ¡Andas de un lado a otro como un borracho!
-¡Ven acá! –gruñó el Globo-. Ahora me toca a mí. Dame alcance si puedes.
   El Pichón corrió a su alcance y lo tocó apenas con su pico filudo, haciéndolo estallar con un estrépito ¡Pum!
   El Globo se precipitó a tierra convertido en un simple jebe. El Pichón, asustado, creyendo que así era el juego, evitó que el jebe cayera cogiéndolo por los aires.
   Con los restos del Globo en el pico, fue a donde su Padre Cóndor y le dijo:
-¡Mira, papá!, la bolita se convirtió en moco de pavo habiéndome dicho que era un oso fiero.
   El Cóndor Padre tiernamente le dijo:
-Hijo, en el mundo habitamos seres grandes y pequeños y todos cumplimos una función. No vayas nunca a creerte algo que no eres, por ejemplo una mosca, pues morirías en los muladares.
-Yo quisiera ser una abejita para hacer panales –dijo el Pichón de Cóndor a su padre.
-No, hijo, porque no podrías hacer miel ni vivir en los colmenares, morirías picado por las abejas.
-Entonces –dijo el Pichón –quisiera ser un borrico para pasear por las verdes praderas.
-Ni pensarlo –dijo el Cóndor Padre -, no podrías trasladar pesadas cargas por el desierto ni tendrías tanta paciencia como él para soportar al hombre. Tú le sacarías los ojos a quien te apaleara.
-¿Y si quisiera ser un tigre?- preguntó el Pichón - ¡Luciría su fuerza y su hermoso pelaje!
-¡Oh, no! –dijo el Cóndor Padre – No podrías cazar en la espesura ni tendrías su agilidad felina, morirías peleando con manadas de leones y pumas.
-¿Y si quisiera ser un pajarito? –insistió el Pichón -¡Cantaría todo el día por campos y montañas!
-No –respondió el Padre Cóndor –no podrías trinar las hermosas melodías y morirías tragado por gavilanes.
-¿Y si quisiera ser un pez para jugar en las aguas cristalinas?- preguntó nuevamente el Pichoncito.
-No podrías hijo mío, te ahogarías en el río y morirías con la boca atravesada por un filudo anzuelo.
-¿Y si quisiera ser hombre? – dijo por último el ingenuo Pichón- ¡Dominaría a todos los animales y sería el señor de las ciudades!
-No, eso menos, hijo mío. No podrías arar la tierra ni escribir poemas, ni hacer la guerra, ni traicionar a tus hermanos. Mejor quédate como eres, Pichón de Cóndor, y luego Cóndor de las Alturas, volando hasta llegar a las cumbres doradas y morar cerca del cielo, donde nadie te puede alcanzar.






LOS CABALLEROS DE LA BOLSA DE ORO



-Padre, ¿por qué hay hombres que teniéndolo todo siguen el camino del mal?
-Hijo, primero debes distinguir qué significa “todo” para ti.
-Que tienen todas las comodidades, todas las necesidades resueltas y además tienen riquezas.
-¿Eso es “todo” para ti? – pregunta el padre.
-Bueno, hasta donde alcanzo a ver – responde.
-Estás errado, hijo, “todo” comprende no sólo lo material, sino también lo espiritual, que es lo más importante.
-Entonces, ¿por qué no hay espiritualidad en quienes tienen riquezas?- pregunta el hijo.
-Es que los ricos están ganados por la fiebre del oro, por los placeres del mundo, y sus espíritus han encallecido. Por aferrarse al oro cometen toda clase de crímenes y presionan a los pobres y a los pueblos. Tienen envilecida su conciencia.
-Padre, ellos son grandes señores en este mundo.
-Es verdad, hijo, ellos para el mundo son impecables, son los “Caballeros de la Bolsa de Oro”, creen poderlo todo y comprarlo todo. El mundo les rinde alabanza y pleitesía como a dioses; pero viven engañados, pues ni con todo el oro del mundo podrían comprar un espíritu puro.
-¿Y qué valor les asignas tú, padre, a esos señores?
-Su valía es negativa, son en esencia peor que los animales. El perrito y el burrito son fieles y nobles compañeros del hombre. ¿Pero ellos?
-Son como culebras, padre.
-Así es, hijo, son como reptiles que infectan su mortífero veneno a los inocentes, como buitres que comen la carroña y como puercos: reyes y señores del lodazal del mundo.





















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